Diez temas, unos 45 minutos,
una vez por año. Asi era el ciclo de la música
popular hasta no hace mucho. Todos esperábamos “el ultimo de”, año tras año. Mucha
regularidad para un emprendimiento artístico y libre como la creación musical. Muchìsima.
Demasiada. Hay dos posibilidades: 1) el
torrente creativo de los músicos populares (ilimitado como las vertientes que
buscaba el viejo barbudo de la propaganda de Resero) se enfrenta a las limitaciones
logísticas y técnicas que impiden sacar mas de un disco de 45 minutos por año. 2) La voracidad y las reglas del mercado exige
a las bandas vomitar un CD al año, para no perder el momentuum, aun cuando haya
que rellenar con cualquier porqueria. Se
me hace que, salvo honrosas excepciones, lo segundo domino la practica habitual
El CD/vinilo anual nos obligo
a soportar tremendos bodrios para ver si algo se caia. ¿Por qué? Porque primero
elegimos al artista y luego a su arte. Entonces, nos tragamos uno de Supertramp
al solo efecto de que aparezca esa canción simpática, entre en un farrago de
bodrios como cuñado imbancable en Navidad.
Pero el argumento funciona
al revés: huimos de un artista porque “en promedio” no nos gusta, y nos
perdemos sus gemas; es la estadística al servicio de la pelotudez.
Me agarra algo de nostalgia
ver morir a mis compañeros de ruta (los vinilos, los CD’s) pero me alegra
pensar que quizás volvamos a como hacían música Gardel, Mozart o los copleros y
juglares: cuando les venia en ganas. Entonces, pido un minuto de silencio por
el CD, ya en estado catatónico, pero levanto el vaso por los sitios de internet
de pibes que postean música nueva, y ponen lo bueno y esconden lo choto, porque
ya no tienen mas la presión de arrejuntar canciones una vez por año como
perejil en maceta.
Los dejo con Perales y una increíble
canción, que se perdió en la pelota de prejuicios que nos llevo a preferir el
ultimo de Asia.