A eso de las 2, 2 y media empezaban las procesiones. La del futbol, por Altolaguirre, despacito y a guisa de digestión, atravesando La Siberia en dirección al Parque Saavedra. Bromas ocurrentes a la orden del dia, alguno que otro pelotazo fuera de lugar.
La otra arremetia por Olazabal, hacia Belgrano. Nadie tenia registro. Auto, ni hablar. La carga (con plomos voluntarios y de los otros) incluia afónicos
cabezales valvulares Calsel de dudosa procedencia, paquidermicos equipos
Robertone cargados entre cuatro, cachos oxidados de hi-hat, inexplicables
teclados, y el orgullo de las primeras guitarras (Hondo o Epiphone) que
ameritaban un estuche rigido. La caravana avanzaba lenta, cercana al cortejo
fúnebre. Las chicas del barrio nos miraban (o eso pretendiamos), y tambien los
pibitos y las viejas, cuando pasabamos por la Pizzeria Signorini. La frente
alta, el corazón latiendo fuerte, y los dedos impacientes, hacia lo del Coco
Aguilera.
Ibamos a tocar
rock and roll.
PD: homenaje a Vox Dei, y dedicado a
todos los compañeros de ruta.
Empezamos diez años antes de tiempo, profe.
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